Snow
Tamarind
Eran los cuadros de Pickman, ya sabes a los que me refiero, pues el más horroroso y diabólico horror, la más increíble repulsión y hediondez moral. En primer lugar, me dije a mí mismo, que aquellos seres me asqueaban porque no eran sino la más fiel muestra de la total falta de humanidad e insensible crueldad de Pickman. Semejante personaje debía ser un implacable enemigo de todo el género humano a tenor del regocijo que mostraba por la tortura carnal y espiritual y la degradación del cuerpo humano. En segundo lugar, lo que me producía pavor en aquellos cuadros era precisamente su grandeza. Y lo extraño del caso era que la subyugante fuerza de Pickman no provenía de una selectividad previa o del cultivo de lo extravagante, no había nada de difuso, de distorsionado ni de convencional; los perfiles estaban bien definidos, y los detalles eran precisos hasta rayar en lo deplorable. Lo que allí se veía era algo más que la simple interpretación de un artista; era el mismo infierno