[Letra de "Acto IV: La carta"]
[Introducción: Begoña Zamacona]
Después de largos años alejado
Recorriendo el camino interior
Paró un instante y miró alrededor
Y entregó esta carta que es su legado
Cuenta que estuvo ciego y equivocado
Que fue inútil sufrir por desamor
Que el amor a uno es un amor menor
Sólo el que ama Todo está enamorado
Una vez vencido el miedo ancestral
Habiendo resuelto el conflicto dual
Y llegada la Unión ¿Por qué la niega?
¿A qué otra búsqueda mayor se abniega?
Mucho cuidado al cruzar el umbral
La Luz que alumbra es la misma que ciega
[Acto IV: Rafael Lechowski]
(Quarciso, sentado sobre una roca, contempla el pueblo desde lo alto de la montaña y escribe)
Madre querida: Si vieras cómo danza mi pulso
Al tomar mi alma impulso ante esta dulce misiva
Cómo se ha escurrido el tiempo entre mis manos abiertas
En estos largos y arduos años de ausencia
No sé cómo este corazón inerme salió indemne
Se despeñan por mis ojos finos ríos de agua alegre
Quisiera expresarlo todo del modo más vívido
Mas las palabras son amorfos retratos de lo vivido
Mi alma cayó corrompida
La raíz de la ruina se agarró a mi corazón como garra carroñera a una presa herida
Lo siento, madre ¿Cómo iba a quedarme?
Fue tal el horror del desengaño, sólo el dolor pudo curarme
Tuve que perderme para poder ganarme
Sé que tu generoso corazón indulgente podrá perdonarme
Por salir despavorido
Sí, corrí, corrí, corrí hasta fundirme en el camino
El rescoldo del odio cavó en mí tan hondo
Que ni sentí sangrar mis pies sobre la alfombra de polvo
Sin más equipaje que mi sombra me arrastré corvo
A veces, el alma es demasiado peso para tan frágil torso
La pena y la fatiga fueron en aumento y, por momentos
Parecía que era el alma la que arrastraba al cuerpo
Intenté que lo loco y lo cuerdo se pusieran de acuerdo
Pero todavía tenía asilo en mí su recuerdo:
La brisa, el prado, todo olía a su cuerpo
Y volví a brotar en mí el dolor que parecía ayer yerto
Y caminé y caminé para olvidarlos a ella y a él
Y mostrar que por naturaleza el hombre no es un ser cruel
Y que el tiempo mitigaría esta misantropía mía
Pero con qué lenta alevosía transcurrían los días
Y tras larga espera
La lenta y pesada locomotora hibernal volvió al fin a la florida estación de la primavera
De color se llenó la tierra y pacía el rebaño de su enorme palma
¡Pero seguía nevando al sur de mi alma!
Víví tres días subido en un olmo, durmiendo en sus ramas
Mordiendo sus hojas, aullándole al alba
Guardé largos silencios ¡Hasta perdí la noción del tiempo!
¡Creí oír los trinos del universo!
Y aguardé tanto en profunda quietud muda
Que, al levantarme, mis pies se volvieron pesados y mi voz oscura
Olvidar lo aprendido, desprenderse de sí
Destilar el orgullo, dejar de sufrir
En la contradicción se esconde el sentido:
La dicha anida en la plenitud, y la plenitud está en el vacío
Y renunciar a todo me hizo libre:
Vencer a otro es ser vencedor; vencerse a sí mismo es ser invencible
Sí, madre, he tirado los remos al agua
Para que el curso natural de la corriente dirija mi alma
Y ya de nada dependo, casi todo es superfluo
Salvo el aire que pido prestado y al instante devuelvo
Para el hombre sencillo el camino es más simple
Lo que hice por amor me hizo más libre
El hombre mundano, aun siendo libre, se siente esclavo
El hombre interior se siente libre aun estando encadenado
Pero la luz de la verdad no reside en la erudición
A ella no se le llega con la mente sino a través del corazón
Y consagrado por entero a la búsqueda de lo eterno
Me sumergí para escalar a la cima de lo profundo
Pero bastó con sentarme en una roca para conocer el mundo
Pues los ojos fueron dados para mirar hacia dentro
Y así aprendí a ver en lo hondo de todas las cosas
Hoy las piedras del camino son piedras preciosas
Y sin más que el polvo que me cubre
Desasido del vil deseo que cegó mi espíritu, soy hombre de humildes costumbres
Así sobreviví a esta voluntaria penitencia
Donde di cárcel a mi carne por liberar mi conciencia
Y cuando creía estar más ciego llegó el desvelamiento:
Como un enorme y único bosque se mostró el universo
Y al cerrar los ojos pude oír el armonioso canto
De todas las aves al mismo tiempo
Hoy mi paz es la paz del mundo y el dolor del mundo es mi dolor
Ya no entiendo más allá de esta Unión
Bien y mal, vida y muerte son uno en armonía
Como el alba y el ocaso son luces de un mismo día
Quiero servir a la vida sin vivir como un siervo:
No es lo mismo morir viviendo que vivir muriendo
Así perece el hombre como fruto caído antes de tiempo
Cerrando sus ojos por siempre sin haberlos siquiera abierto
¿Por qué arrastrar el peso del deseo como buque carguero?
Si con silencio en los bolsillos soy un barquito velero
Así busqué en todo lo efímero lo imperecedero
Sólo aquel que busque la Verdad se tornará verdadero
Como ya predicó ayer otro sabio:
Lo único estable en la vida es el cambio
En cambio, el necio confunde felicidad con placer
Y por llenar de miel sus labios llena su cardio de hiel
Pero no asustará al miedo con la ignorancia del tener
Pues quien desa y posee jamás dejará de temer
Vagar errando de deseo en deseo
Es intentar calmar el dolor con un dolor nuevo
En el transcurso del periplo conocí a hombres buenos
Mis manos partieron lo poco que tuve con ellos
Y a medida que aumenta el altruismo
El alma e hincha de dicha y el corazón se desprende del ego
Y en esa desinteresada acción de dar y de amar
Se esconde la esencia de nuestra naturaleza original
El individuo sólo hallará libertad en la abnegación:
Al entregarse a otro se libra de su propia prisión
Y comprendí que el equilibrio del espíritu está en el amor
Pero no con el amor de uno a otro sino en un amor mayor
Ya puedo volver a fundirme con los hombres por fin
Para perdonarlos a ellos antes tuve que perdonarme a mí
Por albergar este hondo sentimiento de odio en mí
¡Ah! Sí, madre, por qué poco no enloquecí
Cuando bullía su recuerdo infiel bajo mi piel
Pero ya que el placer es transitorio, el dolor también lo fue
Ahora son tan inmensos la paz y el amor que siento
Que no entiendo que las flores no broten también del invierno
Ahora mi voz es serena y mi pensamiento es puro
Que la dicha que mana de mi corazón desemboque en el tuyo
Y ahora que veo mi rostro calcado en el agua
Con mis mejillas hundidas bajo tupida barba
Consigo evocar la imagen del niño que era
Cuando mi hogar eran tus brazos y el cielo tu mirada clara
Sí, esa bondad pura que tus ojos empuñan
Madre, esa bondad tuya que mis ojos empaña
Aunque ya debe de ser de luna tu cabello
El olvido es lugar muy pequeño para recuerdo tan bello
El vasto astro se desangra sobre el prado azulado
Y cierro los ojos para ver más lejos y estar a tu lado
Ya desde el principio se divisa el final
Pero qué borroso se ve el principio instantes antes de llegar
Quisiera estrecharte en mis brazos
Pero aún estoy lejos, el viaje tan sólo ha comenzado
Quiero esperar aquí, tiene que haber algo más
Una Verdad mayor por la que aún no he sido conquistado
No quiero los premios del mundo, quiero los frutos del alma
Nadie puede obedecer a dos amos
Y tú no temas por mí, te lo exijo
Y espérame sin esperar
Te amo en carne y alma
Tu hijo
[Escena última: Begoña Zamacona]
Hallaron su cuerpo bajo un árbol
Con un charco de sangre entre sus piernas
Llegó demasiado...
(Vale, vale, corta, corta, perdona, Begoña, corta; vamos a parar aquí. Paramos aquí, corta)
¿Repito algo o...?
(No, no, vamos a terminar aquí. Lo dejamos aquí ya)
[Epílogo del autor: Rafael Lechowski]
Querido espectador: la obra termina aquí. Sí, termina aquí. Y es que, a medida que la historia iba avanzando, el final que tenía preparado iba perdiendo sentido en mí. He esperado hasta el último momento para tomar esta decisión de ejecutarlo o no ejecutarlo, pero ahora siento que no es necesario, y todo lo que no es necesario es antinatural, es inútil. Y es cierto, tenía un final preparado, sí, lo tenía: un final trágico, un giro fatal en el que el protagonista, en una sed insaciable, seguía buscando y buscando una verdad mayor hasta caer en la locura de creer que todo lo que había descubierto, todo lo que había... eh, dado sentido a su nueva existencia era sólo una ilusión, un frágil ideal, un espejismo, una interpretación. No sé si conoces esa frase, querido espectador, que dice "para el ser humano, la flor es hermosa, un símbolo de la belleza, y es embriagadora su fragancia, pero para la abeja no es más que una fábrica de néctar, una dura tarea". Pues haciendo de ese ejemplo un argumento fatalista quería hacer que el universo se mostrase al protagonista como una maquinaria fría e indiferente que no responde a ningún orden sino que se rige por... por un caos violento y que sólo la destrucción y la procreación, el desaparecer y el continuar tienen sentido, lo demás es un bálsamo que disfraza la realidad. Entonces Quarciso clama a la vida, a la naturaleza, al universo, que esto no puede ser cierto, que no puede haber un engaño final, un engaño al final del camino. Que no es posible llegar tan lejos para caer de nuevo en el principio, en la nada y en el sinsentido; que nada se volvería a aprovechar de él, que nada volvería a traicionarlo. Y, como en una tragedia griega, en venganza se arranca de, entre sus piernas, el miembro para negarle al universo la continuación de su ser. Y la voz femenina que narra es su hija de la que no tiene constancia, fruto del último encuentro con el desamor, como una metáfora de que la naturaleza, sin él saberlo, se había salido ya con la suya
Pero, querido espectador, me escucho a mí mismo ahora y pienso "qué desorientado debía de estar en aquel momento para querer terminar de una manera tan enrevesada, tan torpe, tan oscura". Sólo un corazón perturbado elegiría este final ¿No crees? Y más aún, ahora, que creo que... creo que la vida es un regalo maravilloso, creo en el... en el amor como la mayor expresión del... del ser, porque es el sentimiento que nos aleja de nuestro egoísmo. Y creo en la sencillez de vivir, creo... creo que el éxito de la vida es vivir y... y no hay oscuridad suficiente en mi interior para ponerle una voz creíble al sufrimiento y al dolor de un argumento ya tan antiguo. Sé que... sé que me comprendes. Tal vez buscaba en ese final un efecto terapéutico: meter dentro del protagonista mis sentimientos más oscuros, mi rencor, mi odio, mis miedos; esconderlo todo dentro de él, hacerlo ascender hasta lo más alto, hasta la luz, para después arrojarlo, matarlo y salvarme. Pero, entonces si ese no es el final, si no sirve "¿Cuál es la moraleja?" te preguntarás. La moraleja es que el camino hacia el bien era el bien mismo; que el camino hacia esa salvación era la salvación en sí, que es increible el poder transformador que tiene el arte y que a la paz no se llega a través de ninguna lucha, sino a través del amor sin esfuerzo
Y ojalá nada me obligue a reabrir la herida y dentro de diez, veinte o treinta años cantar la tragedia que falta, sino que este, lo que estoy diciendo ahora, sea el final definitivo, el acto quinto en sí. Y creo que no me equivoco eligiendo este final, sino que es un final coherente, un final justo, pues, desde la posición de privilegio que me otorga el arte, termino diciendo algo positivo, algo bueno: el bien siempre trae el bien. Y gracias al arte he descubierto que el amor es lo más elevado, yo que pensaba que el arte era la expresión más alta del ser, pero lo más grande es el amor porque quien ama a la vida, ama todo ¿Pero de qué sirve el arte que no conoce o no contiene el amor? Nunca más haré de la vida un camino sinuoso de ambición, sino un camino de sencillez y de agradecimiento; despertar, contemplar el amanecer, el pan recién hecho, la mirada pura de una madre, la risa de un hermano, el nacimiento de un hijo. Todo mi sufrimiento no fue más que un mal sueño y he despertado