No sé en qué momento.
No sé en qué maldito momento, rectifico
No sé en qué eje
ni en qué coordenada exacta,
ni el minuto preciso
en que el azul celeste
se volvió violeta,
y compadecí a Ramsés,
y compadecí a Caín
y la Justicia Divina
se convirtió
en yugo.
Y ya nunca más
nuevos testamentos ni oraciones,
ni palomas de la paz,
ni San Pancracios,
ni siquiera, Vargas Llosa.
Se desploman los mástiles
de no abanderar
se desploman los mástiles
de no
abanderar.
Se retuerce la historia.
Y yo me sé todas las fechas,
todos los augurios de otros genios
son el mismo:
a la tercera del gallo.
A la tercera vez que cante el gallo,
me negarás, me traicionarás.
Y así los Nóbeles y los ilustres
secundaron la matanza
por treinta monedas judías.
Desde la primera rueda
hasta el dron autotripulado,
los viejos sacerdotes, los mesías,
el marketing político,
y yo aquí,
entre todas las fechas,
entre todas las cifras
con nombres y apellidos
de viejos
que murmuran
sus historias
todavía con miedo.
No sé cuándo, sin embargo,
empecé a desconfiar
de los buenos buenísimos
mientras los malos malísimos
me parecían cada vez más víctimas.
Pobre Caín y pobre Eva,
¿dónde vas así, por muy DIOS, por la vida?
- ¡Ana, te va a castigar el Señor!
O no sé qué del karma
o de la evolución moral
y la supremacía ética del pacifismo
y el diálogo televisivo.
Las profecías.
Desde Casandra a Laoconte.
A la tercera del gallo.
A la tercera vez que cante el gallo
Caballo de Troya.