[Soneto]
Efectivamente el sol se transponÃa al monte, la
pierna era ya un bloque deforme y durÃsimo que
reventaba la ropa, el hombre corto la ligadura y
abrió el pantalón con su cuchillo, bajo del vientre
esta hinchado, con grandes manchas lÃvidas, y
terriblemente doloroso, el hombre pensó que
jamás iba a llegar el solo, y se decidió a dar lo
último antes de morir, la corriente del rio estaba
cambiando a su favor, y le hizo llegar a la orilla
del rio, se arrastró por la picada en cuesta arriba;
pero a los veinte metros, exhausto, quedo tendido
de pecho, -¡Demonios mi puta suerte!- grito con
tanta fuerza que pudo, en el silencio de la selva
tan solo se escuchó el eco de su voz, el hombre
aun tuvo valor para llegar hasta su canoa(esta
vez de bajada) tan solo se subió a la canoa a
esperar su partida, pero la corriente y el destino
le tenÃa otra propuesta, y lo llevo velozmente a la
deriva.
El amazonas corre allà en el fondo de una
inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien
metros, encajonan fúnebremente al rio, desde las
orillas, bordeadas de negros bloques de basalto,
asciende al bosque, negro también, el paisaje es
agresivo y reina en el silencio de la muerte, sin
embargo al atardecer, su belleza sombrÃa como es
la oscuridad le da un toque de honor al lugar, y
una majestad única.
El sol habÃa caÃdo ya cuando el hombre,
semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un
violento escalofrió, y de pronto con asombro
levanto la cabeza pesadamente, se sentÃa mejor,
la pierna le dolÃa apenas, la sed disminuÃa, y se
levantaba lentamente sobre la canoa, el veneno
comenzaba a irse, no habÃa duda, se hallaba bien
aunque no tenÃa fuerzas para mover la mano,
pero la corriente del rio estaba a su favor, el
bienestar avanzaba y con él una somnolencia
llena de recuerdos, ya no sentÃa nada en la
pierna ni en el vientre, y se preguntaba para que
iba ir ya al curandero, el cielo, al poniente, se
abrÃa ahora en pantalla de oro, y el rio se habÃa
coloreado, también, desde la costa, el monte
dejaba caer sobre el rio su frescura crepuscular,
en penetrantes efluvios de azahar, y miel
silvestre, una pareja de guacamayos cruzo muy
alto y en silencio sobre el hombre, ya
tranquilizado, en la costa, sintió que tenÃa que
regresar a casa, el hombre se subió en la canoa,
él se sentÃa cada vez mejor, y pensaba entre
tanto en el tiempo justo que habÃa pasado
mientras pasaba tantas penumbras, -dÃas?- se
preguntaba –años?- no podÃa sacar conclusiones,
de pronto sintió que estaba helado hasta el
pecho, que seria, se le fue la respiración, cada vez
era todo más confuso, solo con un último grito
con la voz más baja que puedo haber dicho
exclamo – la parca!- y ceso de respirar, tan solo
era el veneno que lo hizo alucinar.