Cómo Lázaro se asentó con un alguacil, y de lo que le acaeció con él
Despedido del capellán, asentĂ© por hombre de justicia con un alguacil, mas muy poco vivĂ con Ă©l, por parecerme oficio peligroso; mayormente, que una noche nos corrieron a mĂ y a mi amo a pedradas y a palos unos retraĂdos, y a mi amo, que esperĂł, trataron mal, mas a mĂ no me alcanzaron. Con esto reneguĂ© del trato.
Y pensando en quĂ© modo de vivir harĂa mi asiento por tener descanso y ganar algo para la vejez, quiso Dios alumbrarme y ponerme en camino y manera provechosa; y con favor que tuve de amigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procurĂ©, que fue un oficio real, viendo que no hay nadie que medre sino los que le tienen; en el cual el dĂa de hoy vivo y resido a servicio de Dios y de vuestra merced.
Y es que tengo cargo de pregonar los vinos que en esta ciudad se venden, y en almonedas y cosas perdidas, acompañar los que padecen persecuciones por justicia y declarar a voces sus delitos: pregonero, hablando en buen romance{, en el cual oficio un dĂa que ahorcábamos un apañador en Toledo y llevaba una buena soga de esparto, conocĂ y caĂ en la cuenta de la sentencia que aquel mi ciego amo habĂa dicho en Escalona, y me arrepentĂ del mal pago que le di por lo mucho que me enseñó, que, despuĂ©s de Dios, Ă©l me dio industria para llegar al estado que ahora estĂł.}
Hame sucedido tan bien, yo le he usado tan fácilmente, que casi todas las cosas al oficio tocantes pasan por mi mano: tanto que en toda la ciudad el que ha de echar vino a vender o algo, si Lázaro de Tormes no entiende en ello, hacen cuenta de no sacar provecho.
En este tiempo, viendo mi habilidad y buen vivir, teniendo noticia de mi persona el señor arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor y amigo de vuestra merced, porque le pregonaba sus vinos, procurĂł casarme con una criada suya; y visto por mĂ que de tal persona no podĂa venir sino bien y favor, acordĂ© de lo hacer.
Y asĂ me casĂ© con ella, y hasta agora no estoy arrepentido; porque, allende de ser buena hija y diligente, servicial, tengo en mi señor acipreste todo favor y ayuda. Y siempre en el año le da en veces al pie de una carga de trigo, por las Pascuas su carne, y cuando el par de los bodigos, las calzas viejas que deja; e hĂzonos alquilar una casilla par de la suya. Los domingos y fiestas casi todas las comĂamos en su casa. Mas malas lenguas, que nunca faltaron ni faltarán, no nos dejan vivir, diciendo no sĂ© quĂ©, y sĂ sĂ© quĂ©, de que veen a mi mujer irle a hacer la cama y guisalle de comer. Y mejor les ayude Dios que ellos dicen la verdad;{ aunque en este tiempo siempre he tenido alguna sospechuela y habido algunas malas cenas por esperalla algunas noches hasta las laudes y aĂşn más, y se me ha venido a la memoria lo que mi amo el ciego me dijo en Escalona estando asido del cuerno; aunque de verdad siempre pienso que el diablo me lo trae a la memoria por hacerme malcasado, y no le aprovecha} porque, allende de no ser ella mujer que se pague destas burlas, mi señor me ha prometido lo que pienso cumplirá. Que Ă©l me hablĂł un dĂa muy largo delante della, y me dijo:
"Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas, nunca medrará. Digo esto porque no me maravillarĂa alguno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir della. Ella entra muy a tu honra y suya, y esto te lo prometo. Por tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca, digo a tu provecho."
"Señor -le dije-, yo determinĂ© de arrimarme a los buenos. Verdad es que algunos de mis amigos me han dicho algo deso, y aun, por más de tres veces me han certificado que, antes que comigo casase, habĂa parido tres veces, hablando con reverencia de V.M., porque está ella delante."
Entonces mi mujer echĂł juramentos sobre sĂ, que yo pensĂ© la casa se hundiera con nosotros, y despuĂ©s tomĂłse a llorar y a echar maldiciones sobre quien comigo la habĂa casado, en tal manera que quisiera ser muerto antes que se me hobiera soltado aquella palabra de la boca. Mas yo de un cabo y mi señor de otro, tanto le dijimos y otorgamos que cesĂł su llanto, con juramento que le hice de nunca más en mi vida mentalle nada de aquello, y que yo holgaba y habĂa por bien de que ella entrase y saliese, de noche y de dĂa, pues estaba bien seguro de su bondad. Y asĂ quedamos todos tres bien conformes. Hasta el dĂa de hoy, nunca nadie nos oyĂł sobre el caso; antes, cuando alguno siento que quiere decir algo della, le atajo y le digo:
"Mirá: si sois amigo, no me digáis cosa con que me pese, que no tengo por mi amigo al que me hace pesar; mayormente si me quieren meter mal con mi mujer, que es la cosa del mundo que yo más quiero, y la amo más que a mĂ. Y me hace Dios con ella mil mercedes y más bien que yo merezco; que yo jurarĂ© sobre la hostia consagrada que es tan buena mujer como vive dentro de las puertas de Toledo. Quien otra cosa me dijere, yo me matarĂ© con Ă©l."
Desta manera no me dicen nada, y yo tengo paz en mi casa.
Esto fue el mesmo año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entrĂł y tuvo en ella cortes, y se hicieron grandes regocijos, como vuestra merced habrá oĂdo. Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna{, de lo que de aquĂ adelante me sucediere avisarĂ© a vuestra merced.}